Te espero...

 MORIR


El brillo intermitente de las luces de los autos, las señales que indican caminos por recorrer y el constante murmullo del motor formaban el telón de fondo de mi realidad. Mi mirada, fija en el horizonte, apenas registraba el vaivén del paisaje urbano mientras mi mente se perdía en un mar de pensamientos. Entre la amalgama de ideas que danzaban en mi cabeza, una frase resonaba con fuerza: "Te esperaré así no lo sepas". Era una promesa silenciosa, un juramento secreto grabado en lo más profundo de mi ser.

La intensidad de ese compromiso resonaba en cada palabra, en cada verso escrito con la tinta del corazón. Era la expresión pura del amor incondicional, de la devoción sin límites que solo el alma enamorada puede comprender. Me imaginaba dejando poemas en los recovecos del tiempo, cartas que susurraran mis más íntimos anhelos y ensayos que desentrañaran los misterios de mi sentir. Cada regalo, cada gesto de cariño, serían pequeños tesoros destinados a expresar mi gratitud por el simple hecho de existir en mi vida.

Pero, en medio de ese torrente de emociones, una sombra se insinuaba en mis pensamientos. ¿Y si mi entrega, mi confesión sincera, no encontraba su destinatario? ¿Qué ocurriría si, al final del camino, descubría que mis palabras nunca hallaron eco en el corazón de aquel a quien estaban dirigidas? La sola idea de enfrentar esa realidad, de encarar el vacío dejado por un amor no correspondido, me paralizaba. Sería como un golpe mortal, un final desgarrador que arrancaría de cuajo el aliento de mi alma. Porque, en ese momento, la muerte no sería un destino lejano, sino la triste certeza de un corazón roto en mil pedazos.

Y así, entre la esperanza y el temor, entre el amor y la desesperación, me sumergía en el abismo de mis propios sentimientos. Pero aún en la oscuridad, la luz de la promesa perduraba, como un faro que guiaba mi camino en la tormenta. Porque, al final del día, quizás la espera no fuera en vano. Y si, contra todo pronóstico, el universo conspiraba a favor del amor, entonces cada palabra, cada gesto de amor desinteresado, habría valido la pena. Porque el verdadero amor, ese que perdura más allá del tiempo y el espacio, trasciende las palabras y encuentra su hogar en el corazón de quien ama. Si esto no es amor, entonces soy un loco sin sentido, navegando en un mar de emociones sin rumbo ni destino, pero con la certeza de que cada latido de mi corazón es un tributo a la fuerza inquebrantable del amor verdadero.


por: Edwin Lopez

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